jueves, 26 de mayo de 2011

La raza de los hombres de plata

La raza de los hombres de plata: la importancia de la sintaxis y la ortografía en los escritos de pregrado.

Como puede verse, el título inmediatamente confiesa la intención y los objetos conceptuales de los que tratará este ensayo, sin embargo, y a pesar de lo aburridor que en primera instancia puede sonar, son objetos de estudio (la sintaxis y la ortografía) cuya importancia, trasciende lo meramente formal en el desarrollo académico de profesionales en las diferentes ramas del saber. Es desde esta premisa que sustento el ensayo, desde la idea de que ambos construyen lo que doy en llamar “la llave” del contenido. Es decir, cuando un estudiante me pregunta: profesor, ¿usted porque solo califica la forma en un escrito y no su contenido? Yo he estado tentado a responder, es que solo me conecto con el contenido a partir de las claves que me da la forma en que esta escrito, la forma me abre el baúl del sentido en que el autor presenta su obra.
Pensémoslo bien, me digo para mis adentros; cuando un texto se escribe es para que los pensamientos, imágenes, sentimientos que el autor produce, tengan eco en la reflexión del lector, en su cuerpo o en su mente, no para solo plantear una materia oscura y expuesta a la interpretación amañada que cada quien pueda darle. Por eso siento la necesidad de exponer estas ideas a partir de algunos ejemplos hipotéticos, para lograr acercarme a ilustrar tanto un sentimiento de malestar, como de inquietud frente a lo que esto pueda representar en el desarrollo cultural que pueden tener los cuerpos sociales, es decir, las comunidades que se encuentran en un país como el nuestro.
Es sabido por todos que al intentar tocar una melodía o articular un ritmo en las cacerolas de nuestras cocinas, muchos niños han creído poder componer grandes obras y disfrutarlas como tales, con toda la jovialidad posible, entre risas y grandes e inocentes movimientos; sin embargo, cuando un hombre adulto intenta hacer lo mismo, sentimos poca credibilidad de que tras los movimientos torpes que realiza, con los instrumentos de latón antes planteados, pueda desarrollar una composición que nos conmueva y nos ligue a su jovialidad, haciéndonosla sentir.
Pero puede existir alguien que, con los mismos instrumentos (ollas, cacerolas, bandejas etc.) al tener un conocimiento de la rítmica actual, pueda hacernos sentir deseos de bailar, y seguir el ritmo que nos propone con estos precarios instrumentos.
Al traer este ejemplo hipotético, busco plantear que el uso de nuestra lengua, hace parecer en muchas ocasiones a las palabras que la componen, como objetos de un metal poco noble y ordinario, que suena tal como hemos caracterizado el material del que están hechas las cacerolas de las que hablamos. No solo la lengua se desgasta en insultos, produciendo ambientes hostiles que llevan de manera rápida a actos irreflexivos, sino que también pierden su valor cuando se utilizan de manera banal y repetitiva, tanto en el amor, como en la música y en las conversaciones cotidianas, los ejemplos son múltiples. Lo importante allí no es entrar en detalles, sino dedicarnos a pensar por unos instantes si es que acaso esto puede afectar de alguna manera la forma en que nos relacionamos.
Pensémoslo bien, detrás de este comentario se instalan algunas preguntas: ¿será que la forma en que nos dirigimos al otro por medio de la palabra (tomando la palabra como el medio privilegiado) afecta más nuestras relaciones, que el contenido que se inscribe en la articulación de las mismas? ¿Será acaso que, si transformamos el uso de las palabras, (aunque sean latones ordinarios) podemos mejorar la relación con el otro y en ese caso acceder a mayores beneficios en la relación interpersonal?
Son ideas que surgen al evaluar la forma en que utilizamos, tanto de manera escrita como oral, las palabras para referirnos a otros, desde autores consagrados, hasta personas de nuestro cotidiano.

Al hablar de nuestro cotidiano, tenemos que ilustrar al lector de lo que eso implica, puesto que al plantear el tema con el posesivo "nuestro", tenemos que explicar algunas cosas. Desde la fundación de Colombia no se ha salido de una batalla, por honor, tierra, nombre, familia, rencores; por vicio al fin y al cabo, se han matado generaciones enteras de colombianos, cuya fuerza de trabajo, ideas y sueños se desperdician de manera obscena por todo el país.
Esto hace que al plantear la cuestión del uso de las palabras, del diálogo enriquecido y de la confrontación de argumentos e incluso de insultos bien elaborados, como forma de preservar la vida de personas,sea más que una opinión, una necesidad.
Hacia allá estamos dirigiendo estas pocas palabras, hacia una propuesta de diálogo como escenario de encuentros y desencuentros que preservan la vida.
En nuestro contexto social hemos reconocido la proliferación de expresiones violentas de todas clases, desde las que se presentan de manera constante en la estructura política de nuestra nación, pasando por las que surgen como forma de manifestación de la inequidad económica y social, hasta las expresiones del terrorismo más directo y ambicioso. Durante algún tiempo, he pensado que ante estas expresiones de violencia solo queda la respuesta inteligente y directa de una educación ligada a su contexto social. Cuando planteo que la sintaxis y la ortografía en la enseñanza de todas las cátedras es fundamental,no lo hago como un mero señalamiento de la “buena” o “mala” forma, sino como un señalamiento ante las posibilidades que el uso del diálogo, como antigua forma de la comunicación, tiene para resolver problemas de relación, es decir, políticos, económicos.
ya que, al poder establecer una estructura amable en el diálogo para el interlocutor, acompañada, en lo posible, por buena una entonación y ritmo atractivo de las ideas y sentimientos que se quieren expresar, las reflexiones de las personas pueden tornarse más enriquecedoras, más profundas y amplias frente a los problemas que enfrentan; pero sobre todo, más tranquilas que las formas violentas en que nos referimos al mundo, al otro, a la vida misma.
Si tenemos en cuenta la idea de que el diálogo es posible, es posible que los hombres y mujeres que se enfrentan con el desafío del aprendizaje de algún saber, puedan, no solo acercarse a la técnica del mismo, sino a su verdadera epistemología; entendida como la materia representacional de la que esta compuesto un saber, para de esa manera poder contribuir con su avance.
En nuestro país necesitamos más profesionales reflexivos y comprometidos con su saber, que hombres hambrientos de dinero, que ven solamente en su carrera una oportunidad de nombrarse frente al otro, (médico, psicólogo, abogado etc.) incrementando su estatus social.
En Colombia se ha vivido un conflicto armado, hasta hace poco desconocido, durante muchas décadas; la reflexión ha sucumbido a la acción, y sobre todo a la acción militar, que por más estratégica que sea, siempre es un llamado al daño y a la violencia.
Es en este sentido que concibo la importancia de entrenarnos en articular nuestras palabras de manera más armónica y reflexiva, puesto que si a ello nos disponemos, es posible que nuestros pensamientos, imágenes y sentimientos, frente al otro y a nosotros mismos, sean más reflexivos, es decir, se demoren un poco más ante la acción y permitan darle cabida a la vida, a la alegría, al avance de las ciencias y las artes; elementos tan importantes para que la sociedad de una nación como la nuestra, pueda expresar sus bondades, tan variadas e intensas.
Así culmina mi reflexión, considerando que somos seres del lenguaje, es decir, de relación, de pensamiento y de palabra, que si no apelamos a ninguno de estos elementos que nos componen, entramos en el más grande riesgo para la humanidad, es decir, su verdadera aniquilación; para dar paso a seres de la violencia,que se encuentran enfilando las líneas de la violencia. Amigos, vecinos, compañeros, estudiantes, se encuentran alimentando las cifras de actos nocivos para el otro,por el hecho de anteponer el acto a unas pocas palabras entre las partes enfrentadas. Cada ves nos parecemos más a esos seres prefigurados por Hesíodo, de poca vida y desbordantes pasiones, que en su texto “Los trabajos y los días”, son presentados de la siguiente manera:
“En su lugar una segunda estirpe mucho peor, de plata, crearon después los que habitan las mansiones olímpica, no comparable a la de oro ni en aspecto ni en inteligencia. Durante cien años el niño se criaba junto a su solícita madre pasando la flor de la vida, muy infantil, en su casa; y cuando ya se hacía hombre y alcanzaba la edad de la juventud, vivían poco tiempo llenos de sufrimientos a causa de su ignorancia; pues no podían apartar de entre ellos una violencia desorbitada(…)” (Hesíodo, 2008:79)
Esta creación de la imaginación del poeta griego, no es tan lejana a lo que vemos muchas veces en nuestros barrios, puesto que muchos de nuestros jóvenes, no solo se ven rápidamente enfrentados a "una violencia desorbitada", sino que también se se alejan cada vez más de la mayoría de edad, que les permitiría tener el valor de hacer uso del entendimiento y no de las armas. Con el título quiero entonces señalar un temor que hace personal este escrito, el temor de convertirnos cada vez más en esos hombres de plata de poca vida y mucho ruido.