Barro, Piedra,
Soledad, Encierro.
"Les he
recibido cojeando, con un abrigo viejo y raído, y un sombrero, también viejo,
de la Samaritaine, que me caía hasta la nariz.
En fin, era yo. Recordaran a su
tía anciana y loca. Así apareceré en su
recuerdo, dentro de un siglo…"
Camille Claudel.
Domingo, 4 de abril de 1932
¡Camille! ¡Camille!
Ya nadie toca a tu
puerta. Ya no hay puertas.
Ya el cincel no es
música, sólo silencio ensordecedor.
No son pocas las
historias bien y mal contadas, sobre mujeres perdidas en la locura de su amor,
de su arte, de su época. Mujeres cuyo
principio creador les rebaza y cuya sensibilidad se emparenta con desquicio.
Camille Claudel
aparece en la película de Bruno Nuytten (1988) como la musa, la amante, de Auguste Rodan, pero sobre todo, se resalta en ella su pasión
por la escultura, ese arte encerrado en
una losa o piedra, esa imagen detrás del mármol que encierra los secretos del
artista y que sólo se deja ver tras el dolor del golpe del cincel. Pareciera que este fuera ya el sino
anunciado para Camille: el encierro.
Con una madre no
materna, un hermano ocupado en poesía y
principios religiosos y un padre quien deposita en ella mucho más que
expectativas y exigencias, Camille
vuelca su pasión en quien comparte su arte: el escultor Auguste Rodan. La escultura los une como entrelazados se
muestran los cuerpos en sus obras de yeso, mármol y bronce, pero el amor los separa
en tanto el amor de mujer humana en poco se parece al amor de musa. En tanto
que los requerimientos del corazón se distancian de los ideales de lo
establecido y de la razón. También pienso que los separa las vías, las
formas y el sentido de su creación.
Hay algo que nos es
difícil tolerar a las mujeres: el desamor, que se convierte en desalojo del
alma propia para habitar el vacío de lo imposible. La tierra que se levantó en las manos de
Camille no fue suficiente para sostenerla del dolor de la pérdida. Su arte, su obra, en un momento fue sustento
y luego, pena. Y los dolores del corazón en una mujer desnutren su
fuerza creadora y pueden encaminarla hacía la desolación.
Creación y
destrucción para huir del dolor del abandono y del no reconocimiento. Fuga hacia la soledad para encontrar la
propia voz, la propia forma. Silencio
que se hace encierro, como lo expresaría en algunos apartados de sus cartas
desde el manicomio : "...Se me
reprocha (¡espantoso crimen!) haber vivido sola…" (Anne Delbée.
Camille Claudel).
30 años de encierro,
ya no por su propia elección sino exiliada.
La piedra que otrora expresó belleza y movimiento, se convirtió
hasta el final de sus días en muro de encierro y soledad.
Ángela P. Ramírez
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