Las Horas Más Oscuras
Los ingleses, que hasta hace poco sólo había conocido en las
películas, siempre me parecieron seres distantes, ajenos a la forma común que
tenemos los latinos al relacionarnos: de forma cálida, ruidosa y amable
invadimos el espacio personal del interlocutor, indagamos en su vida y hasta le
imprimimos un beso en su mejilla al momento de conocerlo. Los ingleses, por el contrario, conservan,
como los pájaros, su distancia de huida: son amables pero distantes, no te tocan,
no te invaden y hasta permanecen al lado derecho de la escalera eléctrica
teniendo en cuenta que otras personas puedan subirlas afanosamente.
Nosotros, mal uniformados con marcas extranjeras, mal hablados a
punta de extranjerismos, con nuestra identidad extraviada y con un sistema
democrático agonizante; ellos, con una monarquía que aparenta el desuso,
ostentan una gran democracia. Nosotros tan cercanos, hemos aprendido a
desconfiar del prójimo; ellos tan distantes, confían hasta en los extranjeros.
Cómo?
Recuerden que estoy especulando, que ésta es mi versión a partir
de una leve incursión en su mundo, un cruce de miradas en el metro, una que
otra palabra intercambiada con ellos y, hoy, “La hora más oscura”.
Las horas más oscuras recrea los primeros días de Winston Churchill
como primer ministro británico en uno de los momentos más oscuros, no sólo para
ellos, para la humanidad.
El liderazgo, el coraje, la palabra bien puesta y una personalidad
arrolladora enmarcan la historia de Gran Bretaña y su triunfo sobre la casi
inminente invasión nazi.
Que éste sea un abrebocas a una historia que no solo debemos
conocer y evitar que se repita; un abrebocas para acercarnos a la idiosincrasia
inglesa y a su gran sentido de identidad; a un hombre lleno de matices, premio
Nobel de literatura, pintor y guerrero, y a una mujer de la que escribiré más
adelante: Clementine Hozier.
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