SILENT NIGHT
Camille Griffin
Noche buena, noche de paz y de amor, noche ideal para reunir a los seres amados alrededor de la cena, brindar con las velas encendidas anunciando la luz, la abundancia, la calidez y el regocijo en el corazón, pues juntos celebramos el nacimiento de Jesús, y con él, la promesa de salvación y vida eterna.
Los romanos festejaban por esta misma época del año las Fiestas
Saturnales en honor a Saturno; durante estas fiestas, sirvientes y esclavos
eran convocados a la mesa con deliciosos platos servidos por los señores amos.
Tambien durante esta época, el solsticio de invierno, honrando
creencias más primitivas, se intercambiaban velas en la Roma antigua, que serían
encendidas durante las noches de invierno para invocar el advenimiento del Nuevo
Sol.
La mayoría, si no todos nosotros, participamos de niños en
este ritual heredado de romanos y ajustado al nacimiento de nuevos héroes, dioses
y creencias; encendimos velas y recibimos regalos y una de esas noches
descubrimos la verdad: la de haber sido engañado durante años por los propios
padres; quien te ama también es quien te ha mentido bajo el pretexto de conservar
tu inocencia y también tu obediencia, pues el niño Jesús no es quien trae
regalos si te has portado bien y tampoco quien los quita, si no lo has hecho.
Tambien sufrimos por aquellas preguntas que nadie supo
contestar y por encontrar las incoherencias y las injusticias que se hacían evidentes
en esas noches buenas, en la que los padres se embriagan mientras los pequeños descubrían
que, a pesar del nacimiento salvador, el dolor y el sufrimiento estaban allí, agazapados,
a la vuelta del sol hacia el nuevo día.
Tal y como lo hiciste tú, esta noche un niño perderá su inocencia, se dará cuenta de que el pequeño Jesús no traerá los regalos, no va a nacer; sabrá que la salvación corre por su propia cuenta y que, a pesar de ella, no alcanzará la vida eterna.
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